¡Solo nos falta la reelección del Procurador!

¡Solo nos falta la reelección del Procurador!

Los hombres se resisten a considerar a las mujeres no solo como interlocutoras válidas, sino como plenamente capacitadas para ocupar altos cargos en el Gobierno y en las organizaciones políticas.

Florence Thomas

Pareciera que estamos perdiendo todas las batallas. La derechización avanza con fuerza en este cuatrienio, que pensábamos liberal. Y a las mujeres colombianas lo único que nos hace falta hoy es que reelijan al Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez. Pues hicimos fuerza para que el liberal Carlos Medellín fuese el elegido a la Corte Constitucional y fue nombrado un conservador, Luis Guillermo Guerrero. Hicimos fuerza para que se nombrara a Beatriz Linares como Defensora del Pueblo, una brillante abogada, solidaria con las causas de las mujeres, y fue nombrado un hombre gris de estirpe conservadora, Jorge Armando Otálora, quien, salvo milagro, continuará con el hundimiento y la decadencia de este ente gubernamental.

Pensé que la ley de cuotas (Ley 581 del 2000), que obliga, entre otras cosas, a incluir por lo menos una mujer en las ternas de cargos públicos, nos podía favorecer. Hoy me doy cuenta de que seguimos siendo candidatas de «relleno», eso sí muy políticamente correctas. Seguimos invisibles cuando hoy se sabe que las mujeres, por lo menos en Colombia, están más educadas que los hombres, y si hablamos de la carrera de derecho, hay en la actualidad y en las mejores facultades de derecho del país más mujeres en los postgrados que hombres.

Sin embargo, el ámbito de la política sigue siendo un feudo patriarcal difícil de resquebrajar, y los hombres se resisten a considerar a las mujeres no solo como interlocutoras válidas sino como plenamente capacitadas para ocupar altos cargos en el Gobierno y en las organizaciones políticas. Ya fueron comentadas más de una vez las pobres cifras de mujeres en el Congreso de la República, cifras que nos ubican casi en la cola de América Latina.
De verdad, a veces me desanimo ante la lentitud de nuestra efectiva participación en los niveles de decisión gubernamental y vuelvo a pensar, como en los años duros del feminismo, en un partido de mujeres. Un partido en el cual no tuviésemos que rendir cuentas a los amos del saber, a los patriarcas que durante décadas, siglos y milenios nos indicaban cómo teníamos que pensar, que actuar, que amar y, en fin, que vivir. Un partido de mujer decidido a reinventar el mundo y sus puntos cardinales. Un partido de mujeres, ojalá temporal mientras los hombres se convencen de que sin las mujeres ninguna democracia puede andar.

Y cuando decimos «sin las mujeres», queremos decir sin el reconocimiento de la capacidad, la tenacidad, los derechos y la sabiduría de las mujeres, sin equidad de género, sin posibilidad de competir sanamente con ellas, sin perspectiva entonces de economías competitivas y sin la posibilidad de construir una sociedad pacífica y estable.

El hecho de que me vuelva a la mente un partido de mujeres es vergonzoso, lo sé, y tampoco es la solución. No obstante, la incapacidad de reconocer el valor que representa para el país la designación de mujeres en los más altos cargos decisorios es vergonzosa para los hombres, para una sociedad que no ha aprendido a convivir con ellas y a compartir sanamente con ellas, una sociedad incapaz de reconocer que un mundo hecho de hombres y mujeres no puede seguir siendo gobernado solo por hombres.

Pues en un mundo decente no deberíamos tener que recordar que aquí estamos y que no es lo mismo estar desde una posición, desde una perspectiva y desde una historia de hombres, que desde una historia de mujeres. Escuchar el saber milenario de las mujeres debería ser hoy un deber ineludible.

* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

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